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Repasamos el concepto de literatura
La literatura es el grupo de textos que, por sus características comunes, se consideran literarios y pertenecen al ámbito del arte, como lo es la escultura, la danza, la pintura, la música, etc. Se consideran obras artísticas porque la intención fundamental del escritor es elaborar un discurso bello, es decir, que sea apreciado estéticamente por el receptor. Toda creación tiene una intencionalidad estética. Sin embargo, a través de la literatura, no sólo se encuentra placer estético, sino que, además, podemos descubrir los problemas de una época, la realidad social, política y cultural que caracteriza a un momento histórico, la ideología predominante en una sociedad. También, en las obras literarias aparecen valores, sentimientos, ideas y maneras de captar el mundo y la vida que el lector puede compartir o no, pero que lo llevan a reflexionar sobre temas esenciales del ser humano. Por todo ello, en un texto literario, si bien se crea un mundo imaginario, hay también verdades sobre el mundo, la vida, la sociedad, etc.
No hay que confundir los textos literarios con los textos no literarios, informativos porque la literatura corresponde al mundo de la ficción, es decir que es lo que se inventa.
Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=RZU-cspC5aY
Muchas veces, cuando el almacén está vacío y sólo se escucha el zumbido de las moscas, me acuerdo del muchacho aquel que nunca supimos cómo se llamaba y que nadie en el pueblo volvió a mencionar.
Por alguna razón que no alcanzo a explicar lo imagino siempre como la primera vez que lo vimos, con la ropa polvorienta, la barba crecida y, sobre todo, con aquella melena larga y desprolija que le caía casi hasta los ojos. Era recién el principio de la primavera y por eso, cuando entró al almacén, yo supuse que sería un mochilero de paso al sur. Compró latas de conserva y yerba, o café; mientras le hacía la cuenta se miró en el reflejo de la vidriera, se apartó el pelo de la frente, y me preguntó por una peluquería.
Dos peluquerías había entonces en Puente Viejo; pienso ahora que si hubiera ido a lo del viejo Melchor quizá nunca se hubiera encontrado con la Francesa y nadie habría murmurado. Pero bueno, la peluquería de Melchor estaba en la otra punta del pueblo y de todos modos no creo que pudiera evitarse lo que sucedió.
La cuestión es que lo mandé a la peluquería de Cervino y parece que mientras Cervino le cortaba el peto se asomó la Francesa. Y la Francesa miró al muchacho como miraba ella a los hombres. Ahí fue que empezó el maldito asunto, porque el muchacho se quedó en el pueblo y todos pensamos lo mismo: que se quedaba por ella.
No hacía un año que Cervino y su mujer se habían establecido en Puente Viejo y era muy poco lo que sabíamos de ellos. No se daban con nadie, como solía comentarse con rencor en el pueblo. En realidad, en el caso del pobre Cervino era sólo timidez, pero quizá la Francesa fuera, sí, un poco arrogante. Venían de la ciudad, habían llegado el verano anterior, al comienzo de la temporada, y recuerdo que cuando Cervino inauguró su peluquería yo pensé que pronto arruinaría al viejo Melchor, porque Cervino tenía diploma de peluquero y premio en un concurso de corte a la navaja, tenía tijera eléctrica, secador de pelo y sillón giratorio, y le echaba a uno savia vegetal en el pelo y hasta spray si no se lo frenaba a tiempo. Además, en la peluquería de Cervino estaba siempre el último El Gráfico en el revistero. Y estaba, sobre todo, la Francesa.
Nunca supe muy bien por qué le decían la Francesa y nunca tampoco quise averiguarlo: me hubiera desilusionado enterarme, por ejemplo, de que la Francesa había nacido en Bahía Blanca o, peor todavía, en un pueblo como éste. Fuera como fuese, yo no había conocido hasta entonces una mujer como aquélla. Tal vez era simplemente que no usaba corpiño y que hasta en invierno podía uno darse cuenta de que no llevaba nada debajo del pulóver. Tal vez era esa costumbre suya de aparecerse apenas vestida en el salón de la peluquería y pintarse largamente frente al espejo, delante de todos. Pero no, había en la Francesa algo todavía más inquietante que ese cuerpo al que siempre parecía estorbarle la ropa, más perturbador que la hondura de su escote. Era algo que estaba en su mirada. Miraba a los ojos, fijamente, hasta que uno bajaba la vista. Una mirada incitante, promisoria, pero que venía ya con un brillo de burla, como si la Francesa nos estuviera poniendo a prueba y supiera de antemano que nadie se le animaría, como si ya tuviera decidido que ninguno en el pueblo era hombre a su medida. Así, con los ojos provocaba y con los ojos, desdeñosa, se quitaba. Y todo delante de Cervino, que parecía no advertir nada, que se afanaba en silencio sobre las nucas, haciendo sonar cada tanto sus tijeras en el aire.
Sí, la Francesa fue al principio la mejor publicidad para Cervino y su peluquería estuvo muy concurrida durante los primeros meses. Sin embargo, yo me había equivocado con Melchor. El viejo no era tonto y poco a poco fue recuperando su clientela: consiguió de alguna forma revistas pornográficas, que por esa época los militares habían prohibido, y después, cuando llegó el Mundial, juntó todos sus ahorros y compró un televisor color, que fue el primero del pueblo. Entonces empezó a decir a quien quisiera escucharlo que en Puente Viejo había una y sólo una peluquería de hombres: la de Cervino era para maricas.
Con todo, creo yo que si hubo muchos que volvieron a la peluquería de Melchor fue, otra vez, a causa de la Francesa: no hay hombre que soporte durante mucho tiempo la burla o la humillación de una mujer.
Como decía, el muchacho se quedó en el pueblo. Acampaba en las afueras, detrás de los médanos, cerca de la casona de la viuda de Espinosa. Al almacén venía muy poco; hacía compras grandes, para quince días o para el mes entero, pero en cambio iba todas las semanas a la peluquería. Y como costaba creer que fuera solamente a leer El Gráfico, la gente empezó a compadecer a Cervino. Porque así fue, al principio todos compadecían a Cervino. En verdad, resultaba fácil apiadarse de él: tenía cierto aire inocente de querubín y la sonrisa pronta, como suele suceder con los tímidos. Era extremadamente callado y en ocasiones parecía sumirse en un mundo intrincado y remoto: se le perdía la mirada y pasaba largo rato afilando la navaja, o hacía chasquear interminablemente las tijeras y había que toser para retornarlo. Alguna vez, también, yo lo había sorprendido por el espejo contemplando a la Francesa con una pasión muda y reconcentrada, como si ni él mismo pudiese creer que semejante hembra fuera su esposa. Y realmente daba lástima esa mirada devota, sin sombra de sospechas.
Por otro lado, resultaba igualmente fácil condenar a la Francesa, sobre todo para las casadas y casaderas del pueblo, que desde siempre habían hecho causa común contra sus temibles escotes. Pero también muchos hombres estaban resentidos con la Francesa: en primer lugar, los que tenían fama de gallos en Puente Viejo, como el ruso Nielsen, hombres que no estaban acostumbrados al desprecio y mucho menos a la sorna de una mujer.
Y sea porque se había acabado el Mundial y no había de qué hablar, sea porque en el pueblo venían faltando los escándalos, todas las conversaciones desembocaban en las andanzas del muchacho y la Francesa. Detrás del mostrador yo escuchaba una y otra vez las mismas cosas: lo que había visto Nielsen una noche en la playa, era una noche fría y sin embargo los dos se desnudaron y debían estar drogados porque hicieron algo que Nielsen ni entre hombres terminaba de contar; lo que decía la viuda de Espinosa: que desde su ventana siempre escuchaba risas y gemidos en la carpa del muchacho, los ruidos inconfundibles de dos que se revuelcan juntos; lo que contaba el mayor de los Vidal, que en la peluquería, delante de él y en las narices de Cervino... En fin, quién sabe cuánto habría de cierto en todas aquellas habladurías.
Un día nos dimos cuenta de que el muchacho y la Francesa habían desaparecido. Quiero decir, al muchacho no lo veíamos más y tampoco aparecía la Francesa, ni en la peluquería ni en el camino a la playa, por donde solía pasear. Lo primero que pensamos todos es que se habían ido juntos y tal vez porque las fugas tienen siempre algo de romántico, o tal vez porque el peligro ya estaba lejos, las mujeres parecían dispuestas ahora a perdonar a la Francesa: era evidente que en ese matrimonio algo fallaba, decían; Cervino era de-masiado viejo para ella y por otro lado el muchacho era tan buen mozo... y comentaban entre sí con risitas de complicidad que quizás ellas hubieran hecho lo mismo.
Pero una tarde que se conversaba de nuevo sobre el asunto estaba en el almacén la viuda de Espinosa y la viuda dijo con voz de misterio que a su entender algo peor había ocurrido; el muchacho aquel, como todos sabíamos, había acampado cerca de su casa y, aunque ella tampoco lo había vuelto a ver, la carpa todavía estaba allí; y le parecía muy extraño -repetía aquello, muy extraño- que se hubieran ido sin llevar la carpa. Alguien dijo que tal vez debería avisarse al comisario y entonces la viuda murmuró que sería conveniente vigilar también a Cervino. Recuerdo que yo me enfurecí pero no sabía muy bien cómo responderle: tengo por norma no discutir con los clientes.
Empecé a decir débilmente que no se podía acusar a nadie sin pruebas, que para mí era imposible que Cervino, que justamente Cervino... Pero aquí la viuda me interrumpió: era bien sabido que los tímidos, los introvertidos, cuando están fuera de sí son los más peligrosos.
Estábamos todavía dando vueltas sobre lo mismo, cuando Cervino apareció en la puerta. Hubo un gran silencio; debió advertir que hablábamos de él porque todos trataban de mirar hacia otro lado. Yo pude observar cómo enrojecía y me pareció más que nunca un chico indefenso, que no había sabido crecer.
Cuando hizo el pedido noté que llevaba poca comida y que no había comprado yoghurt. Mientras pagaba, la viuda le preguntó bruscamente por la Francesa.
Cervino enrojeció otra vez, pero ahora lentamente, como si se sintiera honrado con tanta solicitud. Dijo que su mujer había viajado a la ciudad para cuidar al padre, que estaba muy enfermo, pero que pronto volvería, tal vez en una semana. Cuando terminó de hablar había en todas las caras una expresión curiosa, que me costó identificar: era desencanto. Sin embargo, apenas se fue Cervino, la viuda volvió a la carga. A ella, decía, no la había engañado ese farsante, nunca más veríamos a la pobre mujer. Y repetía por lo bajo que había un asesino suelto en Puente Viejo y que cualquiera podía ser la próxima víctima.
Transcurrió una semana, transcurrió un mes entero y la Francesa no volvía. Al muchacho tampoco se lo había vuelto a ver. Los chicos del pueblo empezaron a jugar a los indios en la carpa abandonada y Puente Viejo se dividió en dos bandos: los que estaban convencidos de que Cervino era un criminal y los que todavía esperábamos que la Francesa regresara, que éramos cada vez menos. Se escuchaba decir que Cervino había degollado al muchacho con la navaja, mientras le cortaba el pelo, y las madres les prohibían a los chicos que jugaran en la cuadra de la peluquería y les rogaban a sus esposos que volvieran con Melchor.
Sin embargo, aunque parezca extraño, Cervino no se quedó por completo sin clientes: los muchachos del pueblo se desafiaban unos a otros a sentarse en el fatídico sillón del peluquero para pedir el corte a la navaja, y empezó a ser prueba de hombría llevar el pelo batido y con spray.
Cuando le preguntábamos por la Francesa, Cervino repetía la historia del suegro enfermo, que ya no sonaba tan verdadera. Mucha gente dejó de saludarlo y supimos que la viuda de Espinosa había hablado con el comisario para que lo detuviese. Pero el comisario había dicho que mientras no aparecieran los cuerpos nada podía hacerse.
En el pueblo se empezó entonces a conjeturar sobre los cadáveres: unos decían que Cervino los había enterrado en su patio; otros, que los había cortado en tiras para arrojarlos al mar, y así Cervino se iba convirtiendo en un ser cada vez más monstruoso.
Yo escuchaba en el almacén hablar todo el tiempo de lo mismo y empecé a sentir un temor supersticioso, el presentimiento de que en aquellas interminables discusiones se iba incubando una desgracia. La viuda de Espinosa, por su parte, parecía haber enloquecido. Andaba abriendo pozos por todos lados con una ridícula palita de playa, vociferando que ella no descansaría hasta encontrar los cadáveres.
Y un día los encontró.
Fue una tarde a principios de noviembre. La viuda entró en el almacén preguntándome si tenía palas; y dijo en voz bien alta, para que todos la escucharan, que la mandaba el comisario a buscar palas y voluntarios para cavar en los médanos, detrás del puente.
Después, dejando caer lentamente las palabras, dijo que había visto allí, con sus propios ojos, un perro que devoraba una mano humana. Me estremecí; de pronto todo era verdad y mientras buscaba en el depósito las palas y cerraba el almacén seguía escuchando, aún sin poder creerlo, la conversación entrecortada de horror, perro, mano, mano humana.
La viuda encabezó la marcha, airosa. Yo iba último, cargando las palas. Miraba a los demás y veía las mismas caras de siempre, la gente que compraba en el almacén yerba y fideos. Miraba a mi alrededor y nada había cambiado, ningún súbito vendaval, ningún desacostumbrado silencio. Era una tarde como cualquier otra, a la hora inútil en que se despierta de la siesta. Abajo se iban alineando las casas, cada vez más pequeñas, y hasta el mar, distante, parecía pueblerino, sin acechanzas. Por un momento me pareció comprender de dónde provenía aquella sensación de incredulidad: no podía estar sucediendo algo así, no en Puente Viejo.
Cuando llegamos a los médanos el comisario no había encontrado nada aún. Estaba cavando con el torso desnudo y la pala subía y bajaba sin sobresaltos. Nos señaló vagamente entorno y yo distribuí las palas y hundí la mía en el sitio que me preció más inofensivo. Durante un largo rato sólo se escuchó el seco vaivén del metal embistiendo la tierra. Yo le iba perdiendo el miedo a la pala y estaba pensando que tal vez la viuda se había confundido, que quizá no fuera cierto, cuando oímos un alboroto de ladridos. Era el perro que había visto la viuda, un pobre animal raquítico que se desesperaba alrededor de nosotros. El comisario quiso espantarlo a cascotazos pero el perro volvía y volvía y en un momento pareció que iba a saltarle encima. Entonces nos dimos cuenta de que era ése el lugar, el comisario volvió a cavar, cada vez más rápido, era contagioso aquel frenesí; las palas se precipitaron todas juntas y de pronto el comisario gritó que había dado con algo; escarbó un poco más y apareció el primer cadáver.
Los demás apenas le echaron un vistazo y volvieron enseguida a las palas, casi con entusiasmo, a buscar a la Francesa, pero yo me acerqué y me obligué a mirarlo con detenimiento. Tenía un agujero negro en la frente y tierra en los ojos. No era el muchacho.
Me di vuelta, para advertirle al comisario, y fue como si me adentrara en una pesadilla: todos estaban encontrando cadáveres, era como si brotaran de la tierra, a cada golpe de pala rodaba una cabeza o quedaba al descubierto un torso mutilado. Por donde se mirara muertos y más muertos, cabezas, cabezas.
El horror me hacía deambular de un lado a otro; no podía pensar, no podía entender, hasta que vi una espalda acribillada y más allá una cabeza con venda en los ojos. Miré al comisario y el comisario también sabía. Nos ordenó que nos quedáramos allí, que nadie se moviera, y volvió al pueblo, a pedir instrucciones.
Del tiempo que transcurrió hasta su regreso sólo recuerdo el ladrido incesante del perro, el olor a muerto y la figura de la viuda hurgando con su palita entre los cadáveres, gritándonos que había que seguir, que todavía no había aparecido la Francesa. Cuando el comisario volvió caminaba erguido y solemne, como quien se apresta a dar órdenes. Se plantó delante de nosotros y nos mandó que enterrásemos de nuevo los cadáveres, tal como estaban. Todos volvimos a las palas, nadie se atrevió a decir nada. Mientras la tierra iba cubriendo los cuerpos yo me preguntaba si el muchacho no estaría también allí. El perro ladraba y saltaba enloquecido. Entonces vimos al comisario con la rodilla en tierra y el arma entre las manos. Disparó una sola vez. El perro cayó muerto. Dio luego dos pasos con el arma todavía en la mano y lo pateó hacia adelante, para que también lo enterrásemos.
Antes de volver nos ordenó que no hablásemos con nadie de aquello y anotó uno por uno los nombres de los que habíamos estado allí.
La Francesa regresó pocos días después: su padre se había recuperado por completo. Del muchacho, en el pueblo nunca hablamos. La carpa la robaron ni bien empezó la temporada. FIN.
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EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA
de Miguel de Cervantes SaavedraEn este enlace podremos leer la obra:
http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-ingenioso-hidalgo-don-quijote-de-la-mancha-6/html/
En este otro, interactuamos, según nuestras inquietudes:http://quijote.bne.es/libro.html o
https://www.youtube.com/watch?v=mOiWQL9eVfk
En este enlace recrearemos sobre el contexto político, cultural de España:
https://www.youtube.com/watch?v=bDSN_ccnc3E
En este enlace relacionaremos esta propuesta para pensar en otros lenguajes, otras épocas:
http://encuentro.gob.ar/programas/serie/8055/5277?
Actividades: realizar una presentación: narrar una aventura de un personaje contemporáneo que reúna las temáticas sobresalientes que se habla en este video, es decir donde se justifica el porqué El Ingeniosos hidalgo Don Quijote de la Mancha sigue siendo un clásico.
Llevar la presentación a clase para compartir.
Trabajo colaborativo
Cada grupo deberá seleccionar una de estas películas que tratan sobre el Quijote de La Mancha:
http://www.uhu.es/cine.educacion/cineyeducacion/donquijote.htm
luego, realizarán un análisis general articulando con la lectura de la obra literaria, en cuanto a:
*Temáticas. ¿Cómo son tratadas en ambas época? (época de la obra literaria y época en la película)
*El lenguaje: de la obra y del cine
*Autoría: de la obra literaria y del cineasta.¿intenciones llevadas a cabo de parte de cada uno ¿Cuáles fueron?
*Argumentos en general: ¿Puede o pudo el cine concentrar o plasmar toda la obra? ¿Qué quedó afuera?
Llevar la actividad analizada, junto con la película que seleccionaron para ver en el aula virtual.
o escuchar el audilibro:
3- Otro clic en éste enlace para comprender un poco más sobre la filosofía de la época.
Gaucho salvajón
que no pierdo la esperanza
y no es chanza
de hacerte probar que cosa
es «Tin Tin y Refalosa»
ahora te diré como es:
escuchá y no te asustés
que para ustedes es canto
más triste que viernes santo
Unitario que agarramos
lo estiramos o paradito nomás
lo agarran los compañeros
por supuesto, mazorqueros
y ligao con maniador doblado
ya queda coco con codo
y desnudito ante todo
¡Salvajón!
Aquí empieza su aflicción
luego después a los pieses
un sobeo en tres dobleces
se le atraca
y queda como una estaca
lindamente asigurao,
y parao lo tenemos
clamoriando y como medio chanceando
lo pinchamos y lo que grita
cantamos «la refalosa y tin tin»,
sin violín.
Pero seguimos al son
de la vaina del latón
que asentamos el cuchillo y le
tantiamos con las uñas el
cogote.
¡Brinca el salvaje vilote
que da risa!
1
|
Finalmente:
cuando creemos conveniente,
después que nos divertimos
grandemente, decimos que al salvaje
el resuello se le ataje;
y a derecha
lo agarra uno de las mechas
mientras otro lo sujeta
como a potr de las patas
que si se mueve es a gatas
Entretanto nos clama por cuanto santo
tiene el cielo;
pero ahí nomás por consuelo
a su queja
abajito de la oreja
con un puñal bien templao
y afilao
que se llama quita penas
le atravesamos las venas
del pescuezo
¿Y que se le hace con eso?
larga sangre que es un gusto,
y del susto
entra revolver los ojos
...............
2
|
¡Qué jarana!
Nos reímos de buena gana
y muy mucho
al ver que hasta les da chucho;
y entonces lo desatamos
y soltamos;
y lo sabemos
parar para verlo
refalar ¡en la sangre!
hasta que le da calambre
y se cai a patalear,
y a temblar
muy fiero, hasta que se estira
el salvaje; y lo que espira
le sacamos una lonja que apreciamos
el sobarla y de manea
gastarla De ahí se le cortan las orejas,
barba, patillas y cejas;
y pelao lo dejamos
arumbao,
para que engorde algún chanco,
o carancho.
...............
Con que ya ves, Salvajón
Nadita te ha de pasar
Después de hacerte gritar
¡Viva la Federación!
3
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La mala sangre
Ver la película completa https://www.youtube.com/watch?v=Fx1dZsDfOGE:
Nos convertimos en narradores de nuestro propio barrio.
Instrucciones:
1- Observar: El grupo debe pasear por las calles de su barrio para prestar atención e ir tomando, fotos y notas acerca de sus transeúntes, sus paisajes, colores, etc.
2-Pensar qué historia o anécdota les gustaría narra acerca de la experiencia de un adolescente inserto en ese espacio.
3-La narración debe escribirse en 1ra persona, a modo de anécdota o diario.
4-La extensión de la narración como mínimo será de tres carillas.
5-La historia debe tener un estilo realista.
6-Corregir el texto entre todos antes de exponerlo en clase. Pueden optar por utilizar las presentaciones de Google, Power Point o cualquier recurso para ir presentando las imágenes de sus barrios, también pueden utilizar Google Map u otra cartografía para situarlo o videos para justificar sus descripciones.
Exponer la actividad en clase.
Cosmovisión fantásticas:
Silvina Ocampo
https://www.academia.edu/27964997/Silvina_Ocampo_cuentos_completos_EMEC%C3%89_EDITORES_PRIMERA_EDICI%C3%93N_BUENOS_AIRES_1999
Llevar la actividad y exponer oralmente en clase.
Realizar una presentación virtual, siguiendo las siguientes consignas:
En este video se analiza lo fantástico de sus cuentos:
A Toby le gusta ver pasar a la muchacha rubia por el
patio. Levanta la cabeza y remueve un poco la cola, pero después se queda muy quieto, siguiendo con
los ojos la fina sombra que a su vez va siguiendo a la muchacha rubia por las
baldosas del patio.
En la habitación hace fresco, y Toby detesta el sol de
la siesta; ni siquiera le gusta que la gente ande levantada a esa hora, y la
única excepción es la muchacha rubia.
Para Toby la muchacha rubia puede hacer lo que se le
antoje. Remueve otra vez la cola, satisfecho de haberla visto, y suspira.
Es simplemente feliz, la muchacha ha pasado por el
patio, él la ha visto un instante, ha seguido con sus grandes ojos avellana la
sombra en las baldosas.
Tal vez la muchacha rubia vuelva a pasar. Toby suspira de nuevo, sacude un momento la
cabeza como para espantar una mosca, mete el pincel en el tarro y sigue
aplicando la cola a la madera terciada.
Julio Cortázar, en Último round, México, Siglo XXI,
Actividades:
1-¿Les sorprendió el final del
cuento? ¿Por qué?
2-En
el texto, el narrador juega con los lectores, los engaña, los despista. Vuelvan
a leer el texto y busquen las pistas falsas que nos hacen creer que el
personaje principal, Toby, es un perro. ¿Quién no cayó en la trampa?
3-Sin embargo, aunque el narrador dé pistas falsas, no
hay ninguna contradicción entre el carácter humano que se revela al final y el
resto del texto. Relean el texto y busquen las pistas genuinas que nos inducen
a pensar que Toby es una persona.
4-Según
las palabras y las técnicas del autor, ¿De qué dos mundo se lee en este cuento?
¿Cuál es la dualidad que se altera?
§ No hay leyes para
escribir un cuento, solo puntos de vista.
§ El cuento siempre
tiene una unidad de impresión de una historia.A diferencia de las novelas el
cuento debe ser contundente.
§ En un cuento solo
existen los buenos y malos tratamientos.
§ En un buen cuento se
deben de saber manejar tres aspectos: significación, intensidad y tensión.
§ El cuento es un mundo
propio.
§ El cuento debe tener
vida.
§ El narrador no debe
dejar a los personajes al margen de la narración.
§ Lo fantástico de un
cuento solo se logra con la alteración de lo normal.
§ El oficio del escritor es imprescindible para escribir buenos cuentos.
''Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. ''
La casa de los conejos de Laura Alcoba
La autora narra su infancia en la época de la última dictadura militar en La Argentina. Hija de padres Montoneros, vivió junto a su madre en “La casa de los conejos”, en ciudad de La Plata, cuya fachada escondía la imprenta clandestina, del periódico "Evita Montonera”. Ella fue testigo de la muerte y del drama en su país, descubre ya de grande que esas marcas no solamente son parte de su pasado sino que se han vuelto parte de su presente y es quizá por esta razón que escribe esta novela.
Gabriel García Márquez
Para descaragar:
[PDF]↷
La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su desalmada abuela es una novela corta o cuento largo escrito por Gabriel García Márquez en 1972 y publicado por primera vez en 1978 .
Es una obra en la que se trata ampliamente el tema de la prostitución de menores en el Caribe Sudamericano. Narra la historia extendida de Eréndira, una joven criada por su abuela desde que murió su padre. Eréndira sirve como empleada doméstica a su abuela para justificar su estadía en la casa al grado extremo de la explotación; su historia se complica aún más cuando incendia la casa de su abuela accidentalmente ya que la vieja decide prostituirla hasta conseguir que pague el valor total de la casa hecha cenizas
* Contar brevemente con tus propias palabras la historia de esta novela breve, luego explicar cómo se manifiesta las características del Realismo Mágico (ver más arriba)
2- Escuchar este cuento en el cual el rumor es el protagonista central del cuento: "Algo muy grave va a suceder en este pueblo"
https://www.educ.ar/recursos/124720/algo-muy-grave-va-a-suceder-en-este-pueblo-de-gabriel-garcia-marquez-audio
-Leer en formato texto desde esta mismo enlace, luego redactar con ayuda de un compañero/a un cuento que se trate de un rumor; presagio. Tener en cuenta los siguientes pasos:
-Recolecta ideas de algún rumor que circule o haya circulado en tu barrio o en cualquier lugar
-Comienza con las características del cuento, es decir a modo de introducción, presentando personajes y hechos
-Encuentra inspiración en personas reales o lugares con abundantes descripciones
-Conoce a tus personajes, especificar datos necesarios
-Limita la amplitud de tu historia, sólo céntrate en desarrollar bien la introducción, el conflicto y el final
-Decide quién contará la historia, es decir desde el punto de vista del narrador, si es que será protagonista u omnisciente
-Relectura y corrección de las normativas (signos de puntuación, ortografía y reglas de acentuación)
-Comienza a escribir
-Comparte tu cuento con tu compañero/a para la corrección y algunos consejos o advertencia que pueda aportar.
En clase se leerán los cuentos, cada alumno/a leerá cuentos de sus compañeros y no los propios.
3- Realizar una infografía de tu cuento en http://genial.ly (convertir tu cuento en imágenes,)
Les dejo este tutorial para hacer la infografía : https://www.youtube.com/watch?v=7_E4ccjadTA&feature=youtu.be
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Disponible en: https://www.literatura.us/garciamarquez/avion.html
Audiolibro: https://www.youtube.com/watch?v=i3wV1TWCcmU
Era bella,
elástica, con una piel tierna del color del pan y los ojos de almendras verdes,
y tenía el cabello liso y negro y largo hasta la espalda, y una aura de antigüedad que lo mismo podía ser de Indonesia que de
los Andes . Estaba vestida con un gusto sutil: chaqueta de lince, blusa de seda
natural con flores muy tenues, pantalones de lino crudo, y unos zapatos
lineales del color de las bugambilias. “Esta es la mujer más bella que he visto
en mi vida”, pensé, cuando la vi pasar
con sus sigilosos trancos de leona, mientras yo hacía la cola para
abordar el avión de Nueva York en el aeropuerto Charles de Gaulle de París. Fue
una aparición sobrenatural que existió
sólo un instante y, desapareció en la muchedumbre del vestíbulo.
Eran las nueve de la mañana . Estaba
nevando desde la noche anterior, y el tránsito era más denso que de costumbre
en las calles de la ciudad, y más lento aún en la autopista, y había camiones
de carga alineados a la orilla, y automóviles humeantes en la nieve. En el
vestíbulo del aeropuerto, en cambio, la vida seguía en primavera.Yo estaba en
la fila de registro detrás de una anciana holandesa que demoró casi una hora
discutiendo el peso de sus once maletas. Empezaba a aburrirme cuando vi la
aparición instantánea que me dejó sin
aliento, así que no supe cómo terminó el altercado, hasta que la empleada me
bajó de las nubes con un reproche por mi distracción. A modo de disculpa le
pregunté si creía en los amores a primera vista. “Claro que sí”, me dijo. “Los
imposibles son los otros” . Siguió con la vista fija en la pantalla, de la
computadora, y me preguntó qué asiento prefería: fumar o no fumar.
—Me da lo mismo —le dije con toda
intención—, siempre que no sea al lado de las once maletas.
Ella lo agradeció con una sonrisa
comercial sin apartar la vista de la pantalla fosforescente.
—Escoja un número —me dijo—: tres,
cuatro o siete.
—Cuatro.
Su sonrisa tuvo un destello triunfal.
—En quince años que llevo aquí —dijo—,
es el primero que no escoge el siete.
Marcó en la tarjeta de embarque el
número del asiento y me la entregó con el resto de mis papeles, mirándome por
primera vez con unos ojos color de uva que me sirvieron de consuelo mientras
volvía a ver la bella. Sólo entonces me advirtió que el aeropuerto acababa de
cerrarse y todos los vuelos estaban diferidos.
—¿Hasta cuándo?
—Hasta que Dios quiera —dijo con su
sonrisa. La radio anunció esta mañana que será la nevada más grande del año.
Se equivocó: fue la más grande del
siglo. Pero en la sala de espera de la primera clase la primavera era tan real
que había rosas vivas en los floreros y hasta la música enlatada parecía tan
sublime y sedante como lo pretendían sus creadores. De pronto se me ocurrió que
aquel era un refugio adecuado para la bella, y la busqué en los otros salones,
estremecido por mi propia audacia. Pero la mayoría eran hombres de la vida real
que leían periódicos en inglés mientras sus mujeres pensaban en otros ,
contemplando los aviones muertos en la nieve a través de las vidrieras
panorámicas, contemplando las fábricas glaciales, los vastos sementeras de
Roissy devastados por los leones. Después del mediodía no había un espacio
disponible, y el calor se había vuelto tan insoportable que escapé para
respirar.
Afuera encontré un espectáculo
sobrecogedor. Gentes de toda ley habían
desbordado las salas de espera, y estaban acampadas en los corredores
sofocantes, y aun en las escaleras, tendidas por los suelos con sus animales y
sus niños, y sus enseres de viaje. Pues también la comunicación con la ciudad
estaba interrumpida, y el palacio de plástico, transparente parecía una inmensa
cápsula espacial varada en la tormenta. No pude evitar la idea de que también
la bella debía estar en algún lugar en medio de aquellas hordas mansas, y esa fantasía me infundió nuevos ánimos para
esperar.
A la hora
del almuerzo habíamos asumido nuestra conciencia de náufragos. Las colas se
hicieron interminables frente a los siete restaurantes, las cafeterías, los
bares atestados, y en menos de tres horas tuvieron que cerrarlos porque no
había nada qué comer ni beber. Los niños, que por un momento parecían ser todos
los del mundo, se pusieron a llorar al mismo tiempo, y empezó a levantarse de
la muchedumbre un olor de rebaño. Era el tiempo de los instintos . Lo único que
alcancé a comer en medio de la rebatiña fueron los dos últimos vasos de helado
de crema en una tienda infantil. Me los tomé poco a poco en el mostrador,
mientras los camareros ponían las sillas sobre las mesas a medida que se
desocupaban, y viéndome a mí mismo en el espejo del fondo, con el último vasito
de cartón y la última cucharita de cartón, y pensando en la bella.
El vuelo de Nueva York, previsto para
las once de la mañana, salió a las ocho de la noche. Cuando por fin logré
embarcar, los pasajeros de la primera clase estaban ya en su sitio, y una
azafata me condujo al mío. Me quedé sin aliento. En la poltrona vecina, junto a
la ventanilla, la bella estaba tomando posesión de su espacio con el dominio de
los viajeros expertos. “Si alguna vez escribiera esto, nadie me lo creería”,
pensé. Y apenas si intenté en mi media lengua un saludo indeciso que ella no
percibió.
Se instaló como para vivir muchos
años, poniendo cada cosa en su sitio y en su orden, hasta que el lugar quedó
tan bien dispuesto como la casa ideal donde todo estaba al alcance de la mano.
Mientras lo hacía, el sobrecargo nos llevó la champaña de bienvenida. Cogí una
copa para ofrecérsela a ella, pero me arrepentí a tiempo. Pues sólo quiso un
vaso de agua, y le pidió al sobrecargo, primero en un francés inaccesible y
luego en un inglés apenas más fácil, que no la despertara por ningún motivo
durante el vuelo. Su voz grave y tibia arrastraba una tristeza oriental.
Cuando le llevaron el agua, abrió
sobre las rodillas un cofre de tocador con esquinas de cobre, como los baúles
de las abuelas, y sacó dos pastillas doradas de un estuche donde llevaba otras
de colores diversos. Hacía todo de un modo metódico y parsimonioso, como si no
hubiera nada que no estuviera previsto para ella desde su nacimiento. Por
último bajó la cortina de la ventana, extendió la poltrona al máximo, se cubrió
con la manta hasta la cintura sin quitarse los zapatos, se puso el antifaz de
dormir, se acostó de medio lado en la poltrona, de espaldas a mí, y durmió sin
una sola pausa, sin un suspiro, sin un cambio mínimo de posición, durante las
ocho horas eternas y los doce minutos de sobra que duró el vuelo a Nueva York .
Fue un viaje intenso. Siempre he
creído que no hay nada más hermoso en la naturaleza que una mujer hermosa, de
modo que me fue imposible escapar ni un instante al hechizo de aquella criatura
de fábula que dormía a mi lado. El
sobrecargo había desaparecido tan pronto como despegamos, y fue reemplazado por
una azafata cartesiana que trató de
despertar a la bella para darle el estuche de tocador y los auriculares para la
música. Le repetí la advertencia que ella le había hecho al sobrecargo, pero la
azafata insistió para oír de ella misma que tampoco quería cenar. Tuvo que
confirmárselo el sobrecargo, v aun así me reprendió porque la bella no se
hubiera colgado en el cuello el cartoncito con la orden de no despertarla.
Hice una cena solitaria, diciéndome en
silencio lo que le hubiera dicho a ella si hubiera estado despierta. Su sueño
era tan estable, que en cierto momento tuve la inquietud de que las pastillas
que se había tomado no fueran para dormir sino para morir.
Antes de
cada trago, levantaba la copa y brindaba.
—A tu salud, bella.
Terminada la cena apagaron las luces,
dieron la película para nadie, y los dos quedamos solos en la penumbra del
mundo. La tormenta más grande del siglo había pasado, y la noche del Atlántico
era inmensa y límpida, y el avión parecía inmóvil entre las estrellas. Entonces
la contemplé palmo a palmo durante
varias horas, y la única señal de vida que pude percibir fueron las sombras de
los sueños que pasaban por su frente como las nubes en el agua.
Tenía en el cuello una cadena tan fina que era casi invisible sobre su piel de oro, las orejas perfectas sin puntadas para los aretes, las uñas rosadas de la buena salud, y un anillo liso en la mano izquierda. Como no parecía tener más de veinte años me consolé con la idea de que no fuera un anillo de bodas sino el de un noviazgo efímero. “Saber que duermes tú, cierta, segura, cauce fiel de abandono, línea pura, tan cerca de mis brazos maniatados” , pensé, repitiendo en la cresta de espumas, de champaña el soneto magistral de Gerardo Diego. Luego extendí la poltrona a la altura de la suya, y quedamos acostados más cerca que en una cama matrimonial. El clima de su respiración era el mismo de la voz, y su piel exhalaba un hálito tenue que sólo podía ser el olor propio de su belleza. Me parecía increíble: en la primavera anterior había leído una hermosa novela de Yasunari Kawabata sobre los ancianos burgueses de Kyoto que pagaban sumas enormes para pasar la noche contemplando a las muchachas más bellas de la ciudad, desnudas y narcotizadas, mientras ellos agonizaban de amor en la misma cama. No podían despertarlas, ni tocarlas, y ni siquiera lo intentaban, porque la esencia del placer era verlas dormir. Aquella noche, velando el sueño de la bella, no sólo entendí aquel refinamiento senil, sino que lo viví a plenitud.
Creo que dormí varias horas, vencido
por la champaña y los fogonazos mudos de la película, Y desperté con la cabeza
agrietada. Fui al baño. Dos lugares detrás del mío yacía la anciana de las once
maletas despatarrada de mala manera en la poltrona. Parecía un muerto olvidado
en el campo de batalla. En el suelo, a mitad del pasillo, estaban sus lentes de
leer con el collar de cuentas de colores, y por un instante disfruté de la
dicha mezquina de no recogerlos.
Después de desahogarme de los excesos
de champaña me sorprendí a mí mismo en el espejo, indigno y feo, y me asombré de que fueran tan terribles los
estragos del amor. De pronto el avión se fue a pique, se enderezó como pudo, y
prosiguió volando al galope. La orden de volver al asiento se encendió. Salí en
estampida, con la ilusión de que sólo las turbulencias de Dios despertaran a la
bella, y que tuviera que refugiarse en mis brazos huyendo del terror. En la
prisa estuve a punto de pisar los lentes de la holandesa, y me hubiera
alegrado. Pero volví sobre mis pasos, los recogí, y se los puse en el regazo,
agradecido de pronto de que no hubiera escogido antes que yo el asiento número
cuatro.
El sueño de la bella era invencible.
Cuando el avión se estabilizó, tuve que resistir la tentación de sacudirla con
cualquier pretexto, porque lo único que deseaba en aquella última hora de vuelo
era verla despierta, aunque fuera enfurecida, para que yo pudiera recobrar mi
libertad, y tal vez mi juventud. Pero no fui capaz. “Carajo”, me dije, con un gran desprecio. “¡Por qué no
nací Tauro!”.
Despertó sin ayuda en el instante en
que se encendieron los anuncios del aterrizaje, y estaba tan bella y lozana
como si hubiera dormido en un rosal. Sólo entonces caí en la cuenta de que los
vecinos de asiento en los aviones, igual que los matrimonios viejos, no se dan
los buenos días al despertar. Tampoco ella. Se quitó el antifaz, abrió los ojos
radiantes, enderezó la poltrona, tiró a un lado la manta, se sacudió las crines
que se peinaban solas con su propio peso, volvió a ponerse el cofre en las
rodillas, y se hizo un maquillaje rápido y superfluo, que le alcanzó justo para
no mirarme hasta que la puerta se abrió. Entonces se puso la chaqueta de lince,
pasó casi por encima de mí con una disculpa convencional en castellano puro de
las Américas, y se fue sin despedirse siquiera, sin agradecerme al menos lo
mucho que hice por nuestra noche feliz, y desapareció hasta el sol de hoy en la
amazonia de Nueva York.
Junio
1982.
ACTIVIDADES
1) Teniendo en cuenta las
características del realismo mágico “En el
Realismo Mágico predomina más la
imaginación que la razón”,¿ Qué hay de real y qué hay de mágico o extraño,
imaginario en este cuento? Contar
brevemente.
2) ¿Qué opinás sobre la
función que cumple “la imaginación” “el mundo de las fantasías” en nuestras
vidas? ¿Qué se hace imaginando, ir a otros mundos, concebir nuevos mundos en las
redes sociales, proyectarlos, etc?
3) ¿IMAGINAR, es evadirse
de la realidad? o, ¿IMAGINAR es una práctica activa y la evasión es una
práctica pasiva para no encontrarnos con nosotros? Lo que le ocurre a este viajero, “viejo” es que está solo, pero acompañado. Que no se
evade, no se distrae, no mira la “película para nadie”, contempla el mundo con
curiosidad y asombro. Es un homenaje a sí mismo. Está con él. Sus lecturas lo
acompañan. Dar algunos ejemplos de esta situación vivida. Citar ejemplos.
4) Generalmente, cuando fuimos niños, hemos vivido experiencias de evasión. ¿Te animás a contarla o contarnos qué soñabas? ¿Quién/es fueron tus ídolos/as? ¿Con quién te identificabas? Mínimo 5 renglones.
La
tía Daniela se enamoró como se enamoran siempre las mujeres inteligentes: como
una idiota. Lo Había visto llegar una mañana, caminando con los hombros erguidos
sobre un paso sereno y había pensado: “Este hombre se cree Dios”. Pero al rato
de oírlo decir historias sobre mundos desconocidos y pasiones extrañas, se
enamoró de él y de sus brazos como si desde niña no hablara latín, no supiera
lógica, ni hubiera sorprendido a media ciudad copiando los juegos de Góngora y
Sor Juana como quien responde a una canción en el recreo.
Era
tan sabia que ningún hombre quería meterse con ella, por más que tuviera los
ojos de miel y una boca brillante, por más que su cuerpo acariciara la
imaginación despertando las ganas de mirarlo desnudo, por más que fuera hermosa
como la virgen del Rosario. Daba temor quererla porque algo había en su
inteligencia que sugería siempre un desprecio por el sexo opuesto y sus
confusiones.
Pero
aquel hombre que no sabía nada de ella y sus libros, se le acercó como a
cualquiera. Entonces la tía Daniela lo dotó de una inteligencia deslumbrante,
una virtud de ángel y un talento de artista. Su cabeza lo miró de tantos modos
que en doce días creyó conocer a cien hombres.
Lo
quiso convencida de que Dios puede andar entre mortales, entregada hasta las
uñas a los deseos y las ocurrencias de un tipo que nunca llegó para quedarse y
jamás entendió uno solo de todos los poemas que Daniela quiso leerle para explicar
su amor.
Un
día, así como había llegado, se fue sin despedir siquiera. Y no hubo entonces
en la redonda inteligencia de la tía Daniela un solo atisbo de entender qué
había pasado.
Hipnotizada
por un dolor sin nombre ni destino se volvió la más tonta de las tontas.
Perderlo fue una larga pena como el insomnio, una vejez de siglos, el infierno.
Por
unos días de luz, por un indicio, por los ojos de hierro y súplica que le
prestó una noche, la tía Daniela enterró las ganas de estar viva y fue
perdiendo el brillo de la piel, la fuerza de las piernas, la intensidad de la
frente y las entrañas.
Se
quedó casi ciega en tres meses, una joroba le creció en la espalda, y algo le
sucedió a su termostato que a pesar de andar hasta en el rayo del sol con
abrigo y calcetines, tiritaba de frío como si viviera en el centro mismo del
invierno. La sacaban al aire como a un canario. Cerca le ponían fruta y
galletas para que picoteara, pero su madre se llevaba las cosas intactas
mientras ella seguía muda a pesar de los esfuerzos que todo el mundo hacía por
distraerla.
Al
principio la invitaban a la calle para ver si mirando las palomas o viendo ir y
venir a la gente, algo de ella volvía a dar muestras de apego a la vida.
Trataron todo. Su madre se la llevó de viaje a España y la hizo entrar y salir
de todos los tablados sevillanos sin obtener de ella más que una lágrima la
noche que el cantador estuvo alegre. A la mañana siguiente le puso un telegrama
a su marido diciendo: “Empieza a mejorar, ha llorado un segundo”. Se había vuelto
un árbol seco, iba para donde la llevaran y en cuanto podía se dejaba caer en
la cama como si hubiera trabajado veinticuatro horas recogiendo algodón. Por
fin las fuerzas no le alcanzaron más que para echarse en una silla y decirle a
su madre: “Te lo ruego, vámonos a casa”.
Cuando
volvieron, la tía Daniela apenas podía caminar y desde entonces no quiso
levantarse. Tampoco quería bañarse, ni peinarse, ni hacer pipí. Una mañana no
pudo siquiera abrir los ojos.
-¡Está
muerta! – oyó decir a su alrededor y no encontró las fuerzas para negarlo.
Alguien
le sugirió a su madre que ese comportamiento era un chantaje, un modo de
vengarse en los otros, una pose de niña consentida que si de repente perdiera
la tranquilidad de la casa y la comida segura, se las arreglaría para mejorar
de un día para el otro. Su madre hizo el esfuerzo de abandonarla en el quicio
de la puerta de la Catedral.
La
dejaron ahí una noche con la esperanza de verla regresar al día siguiente,
hambrienta y furiosa, como había sido alguna vez. A la tercera noche la
recogieron de la puerta de la Catedral con pulmonía y la llevaron al hospital
entre lágrimas de toda la familia.
Ahí
fue a visitarla su amiga Elidé, una joven de piel brillante que hablaba sin
tregua y que decía saber las curas del mal de amores. Pidió que la dejaran
hacerse cargo del alma y del estómago de aquella náufraga. Era una creatura
alegre y ávida. La oyeron opinar. Según ella el error en el tratamiento de su
inteligente amiga estaba en los consejos de que olvidara. Olvidar era un asunto
imposible. Lo que había que hacer era encauzarle los recuerdos, para que no la
mataran, para que la obligaran a seguir viva.
Los
padres oyeron hablar a la muchacha con la misma indiferencia que ya les
provocaba cualquier intento de curar a su hija. Daban por hecho que no serviría
de nada y sin embargo lo autorizaban como si no hubieran perdido la esperanza
que ya habían perdido.
Las
pusieron a dormir en el mismo cuarto. Siempre que alguien pasaba frente a la
puerta oía a la incansable voz de Elidé hablando del asunto con la misma
obstinación con que un médico vigila a un moribundo. No se callaba. No le daba
tregua. Un día y otro, una semana y otra.
-¿Cómo
dices que eran sus manos? – preguntaba. Si la tía Daniela no le contestaba,
Elidé volvía por otro lado.
-¿Tenía
los ojos verdes? ¿Cafés? ¿Grandes?
-Chicos
– le contestó la tía Daniela hablando por primera vez en treinta días.
-¿Chicos
y turbios?- preguntó la tía Elidé.
–
Chicos y fieros – contestó la tía Daniela y volvió a callarse otro mes.
–
Seguro que era Leo. Así son los de Leo – decía su amiga sacando un libro de
horóscopos para leerle. Decía todos los horrores que pueden caber en un Leo. –
De remate, son mentirosos. Pero no tienes que dejarte, tú eres de Tauro. Son
fuertes las mujeres de Tauro.
–
Mentiras sí que dijo – le contestó Daniela una tarde.
-¿Cuáles?
No se te vayan a olvidar. Porque el mundo no es tan grande como para que no
demos con él, y entonces le vas a recordar sus palabras. Una por una, las que
oíste y las que te hizo decir.
-No
quiero humillarme.
-El
humillado va a ser él. Si no todo es tan fácil como sembrar palabras y
largarse.
-Me
iluminaron -defendió la tía Daniela.
–
Se te nota iluminada – decía su amiga cuando llegaban a puntos así.
Al
tercer mes de hablar y hablar la hizo comer como Dios manda. Ni siquiera se dio
cuenta cómo fue. La llevó a una caminata por el jardín. Cargaba una cesta con
fruta, queso, pan, mantequilla y té. Extendió un mantel sobre el pasto, sacó
las cosas y siguió hablando mientras empezaba a comer sin ofrecerle.
–
Le gustaban las uvas – dijo la enferma.
–
Entiendo que lo extrañes.
Sí
– dijo la enferma acercándose un racimo de uvas -. Besaba regio. Y tenía suave
la piel de los hombros y la cintura.
-¿Cómo
tenía? Ya sabes – dijo la amiga como si supiera siempre lo que la torturaba.
–
No te lo voy a decir – contestó riéndose por primera vez en meses. Luego comió
queso y té, pan y mantequilla.
–
¿Rico? – le preguntó Elidé.
–
Sí – le contestó la enferma empezando a ser ella.
Una
noche bajaron a cenar. La tía Daniela con un vestido nuevo y el pelo brillante
y limpio, libre por fin de la trenza polvorosa que no se había peinado en mucho
tiempo.
Veinte
días después ella y su amiga habían repasado los recuerdos de arriba para abajo
hasta convertirlos en trivia. Todo lo que había tratado de olvidar la tía
Daniela forzándose a no pensarlo, se le volvió indigno de recuerdo después de
repetirlo muchas veces. Castigó su buen juicio oyéndose contar una tras otra
las ciento veinte mil tonterías que la había hecho feliz y desgraciada.
–
Ya no quiero ni vengarme – le dijo una mañana a Elidé -. Estoy aburridísima del
tema.
–
¿Cómo? No te pongas inteligente – dijo Elidé-. Éste ha sido todo el tiempo un
asunto de razón menguada. ¿Lo vas convertir en algo lúcido? No lo eches a
perder. Nos falta lo mejor. Nos falta buscar al hombre en Europa y África, en
Sudamérica y la India, nos falta encontrarlo y hacer un escándalo que
justifique nuestros viajes. Nos falta conocer la galería Pitti, ver Florencia,
enamorarnos en Venecia, echar una moneda en la fuente de Trevi. ¿Nos vamos a
perseguir a ese hombre que te enamoró como a una imbécil y luego se fue?
Habían
planeado viajar por el mundo en busca del culpable y eso de que la venganza ya
no fuera trascendente en la cura de su amiga tenía devastada a Elidé. Iban a
perderse la India y Marruecos, Bolivia y el Congo, Viena y sobre todo Italia.
Nunca pensó que podría convertirla en un ser racional después de haberla visto
paralizada y casi loca hacía cuatro meses.
–
Tenemos que ir a buscarlo. No te vuelvas inteligente antes de tiempo – le
decía.
–
Llegó ayer – le contestó la tía Daniela un mediodía.
–
¿Cómo sabes?
–
Lo vi. Tocó en el balcón como antes.
–
¿Y qué sentiste?
–
Nada.
-¿Y
qué te dijo?
–
Todo.
–
¿Y qué le contestaste?
–
Cerré.
-¿Y
ahora? – preguntó la terapista.
–
Ahora sí nos vamos a Italia: los ausentes siempre se equivocan.
Y
se fueron a Italia por la voz del Dante: “Piovverà dentro a l’alta fantasía.”
************
Link para leer el libro "La chaco":
https://docs.google.com/document/d/1-sOHSmZwTNwpCFQYF9QcpYmMzXzHNGxFTIdoXck5x-o/edit
Después de leer este libro, reflexionar sobre este vídeo, un documental que trata sobre la historia real de una madre que tiene un niño trans:
Realizar un texto argumentativo, un texto de opinión sobre la experiencia de lectura de la novela y tu opinión sobre esta situación que vivió esta madre.
Llevar la actividad en clase para compartirla, junto con éste cuestionario:
Mariana Enríquez
EL TERROR, EL HORROR SOCIAL EN LA LITERATURA
Para trabajar estas lecturas tomaremos tres ejes para el estudio: Las características del género, el mundo de la autora y la importancia de las múltiples interpretaciones que podemos abordar desde la imaginación, reflexionando con el marco teórico de las leyes de los derechos vigentes sobre los contenidos de la Educación Sexual Integral (ESI): La violencia, el desprecio a la mujer; la defensa del modelo familiar organizado en torno a la violencia y el autoritarismo; la condena y el rechazo al ejercicio libre y placentero entre otros.
Pasos a seguir : Armar grupos de cuatro alumnos y seleccionar dos cuentos:
Contenidos y consignas:
https://drive.google.com/file/d/1OtdqpV2vJu9xaEmL3Errbr3fo9MEm873/view?usp=sharing
CADÁVER EXQUISITO de Agustina Bazterrica
ACTIVIDADES
1- 1-Teniendo en cuenta las características de la
Ciencia Ficción, enumerar todo sus elementos. Brindar ejemplos o citas
textuales (tener en cuenta: descubrimientos científicos, la relación con la tecnología, si representa un mundo utópico o distópico, la temática que predomina, su época y su espacio.
2- 2- ¿Qué sensación o experiencia de lectura tuviste
al finalizar el libro? ¿Por
qué?
3- 3- Continuar una parte de la historia y cambia lo que te hubiera gustado que sucediera. Mínimo
media carilla.
4- 4 -Justificar el título, ¿Por qué crees que la autora colocó ese nombre? ¿Qué título hubieras elegido? ¿A qué género literario pertenece esta obra? Justificar sus elementos.
6 5-Analizar una de estas películas : Título, autor, personajes, argumento, elementos de la ciencia y la tecnología, espacio y tiempo, también si los hechos representa un mundo utópico o distópico:
* Yo, robot * Terminator 2 *. La guerra de los mundos (versión de 1953, en inglés) *. Matrix* . Volver al futuro *. Spiderman*. Doce monos *. E.T.
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